De pie, otra vez
- Luis Eduardo Alcántara
- 20 sept 2017
- 3 Min. de lectura
Y de pronto todo era tan semejante y a la vez tan distinto. Los ríos humanos volcados en la calle, los voluntarios espontáneos en auxilio de los dolientes, los cortes a la electricidad, las nubes de polvo flotando desde edificios colapsados, los primeros datos duros, los primeros videos, la incredulidad de saberse a salvo y el pasmo ante el drama que empezaban a vivir cientos de habitantes. La consternación, el miedo.
Es ya costumbre que los sismos pongan a prueba la preparación de los mexicanos ante desastres. Los terremotos de 1985 constituyen "el antes y el después" en esta materia. Porque efectivamente, México puede tambalearse pero nunca se cae, y la memoria colectiva existe.
Mucho se ha mejorado en protocolos y en los sistemas de mando que ejercen marina y ejército para canalizar la energía y el entusiasmo propio de los voluntarios civiles, y de otros cuerpos de rescate, es decir, existe una mayor organización, pero de nuevo en los instantes inmediatos a la tragedia, son las manos desnudas e impreparadas, el empuje y el corazón de la población civil -que es la que llega primero- quien pone el ejemplo y realiza las primeras tareas, que a veces son las más importantes, en su afán por tratar de despejar de escombros los lugares y rescatar víctimas.
El sismo de 7.1 grados, ocurrido hace unas cuantas horas, cimbró todo, conciencia, manos, bocas, cabezas, piernas. La sociedad en su conjunto, ricos, pobres, empresarios, recolectores de basura, amas de casa, estudiantes y padres de familia, ayudaron sin dudarlo. Formaron cadenas humanas y empezaron a desalojar escombros, de la manera más organizada posible. Los fenómenos naturales no tienen palabra de honor y poco les importan simulacros y protocolos de seguridad.

Tembló de verdad a la 1:14 de la tarde, sin previo aviso de alerta, ahora sí con una onda expansiva que se sintió con gran fuerza en la capital de país, y también en Morelos, Puebla, Estado de México, Guerrero y Tlaxcala, justo dos horas después del macro simulacro tan difundido por las autoridades en días previos. En la misma fecha en que se conmemoraba el 32 aniversario de los sismos del 85, apareció otro movimiento telúrico que sembró el temor y refrescó la memoria. Infausta coincidencia.
Pero si de algo se maravilla el mundo expectante de otras latitudes, es de la solidaridad y del heroísmo tan propios de nuestra gente en momentos de apremio. A pesar de que hubo un grupúsculo de abusivos aprovechando el caos para robar, los brigadistas espontáneos que se organizaban para acudir a los lugares siniestrados y apoyar desinteresadamente las labores emprendidas, no cesaban -nunca cesaron- a pesar del mucho tiempo o del cansancio. Desde universitarios y académicos reunidos a las afueras de CU para organizar las brigadas, hasta el modesto joven de barrio que con otros amigos de su localidad recolectaban víveres y medicamentos con objeto de unirse a las caravanas, proliferaron. Las muestras de valor y de altruismo fueron muchas, muchos fueron los héroes, muchos los que regaron con su sudor y con su esfuerzo los escombros demolidos para descubrir bajo sus restos lo impensable. Las aplicaciones de mensajería telefónica también cumplieron un papel central para mantener la comunicación abierta.
Se cantó incluso el Cielito Lindo. La frase "Retírate-Silencio" se convirtió en la orden principal para no bajar los brazos y no desmayar. Las escenas conmovedoras se multiplicaron, varias de ellas en el Colegio Enrique Rébsamen, donde 25 pequeñitos murieron debido al retraso de la alerta y no poder ser desalojados a tiempo. Los Topos mexicanos, los auténticos, volvieron a aparecer como en el 85 y volvieron a rescatar no sólo vidas humanas sino el corazón entero de un pueblo que ya necesita tener buenas nuevas en medio de tantas malas noticias y tanta desolación. El apoyo internacional y las muestras solidarias también aparecieron, apenas un acto de justicia para una nación, como la nuestra, por lo regular caritativa con sus congéneres en desgracia.
México sigue en pie, la reconstrucción será larga y fatigosa. La herida volvió a abrirse. No sabemos si lo peor ya pasó, pero lo mejor, que es el corazón enorme de la gente, sigue latiendo y sin necesidad de marcapasos. ¡Viva México señores!
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