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El engaño de las grandes marquesinas

  • Luciano Hidalgo Guerrero
  • 17 dic 2017
  • 3 Min. de lectura

Cuando pensamos en explosiones musicales recientes, de inmediato nos trasladamos a los años 60 y 70 del siglo XX, y realmente lo creemos así porque los hechos –grabaciones y videos a granel de agrupaciones de rock talentosas– así lo demuestran. Pero, ¿será verdad que sólo fue una especie de boom que no suele suceder a menudo? ¿Ya no existen hoy más músicos talentosos, como los hubo en esos tiempos?

En lo personal, no lo creo. Una vez platicando con un viejo amigo sobre la situación de la música más escuchada hoy en día, me dijo algo muy cierto: “Los escaparates ya están llenos, siempre lo han estado. Sólo que ahora están repletos de música-basura, que produce harto dinero… La buena música también te puede inducir e introducir en otros estados de conciencia, que a algunos no conviene…”

Es muy fácil darse cuenta del enorme número de personas talentosas en el ámbito musical, sólo basta echarle un vistazo a Facebook, donde suelen aparecer muchos músicos, algunos de ellos inclusive callejeros, cuyo talento envidiarían más de tres famosos del momento. Claro que es más rápido, sencillo y por supuesto económico, producir música barata, facilona y vacía de todo contenido musical y lírico, y aunque el respetable en un principio no la toma en serio, porque puede que alguien no sepa de música, pero tiene oídos, y si lo que escucha no le suena bien, no le agrada; si este mismo público no cuenta con más opciones a la mano, entonces llega el momento en que hasta se entusiasma con la basura que se le ofrece.

Y enaltece a las figuras que le imponen como las máximas estrellas del momento, presuntas poseedoras de talento, que aunque nadie lo percibe, la avalancha mediática es poderosa y suele arrasar y arrastrar hasta a los más dudosos. Porque el talento no importa, se trata de un negocio, por lo que las grandes marquesinas están repletas de figuras musicales generalmente mediocres –salvo las clásicas excepciones que confirman la regla–, desechables, totalmente sustituibles, y por lo tanto, carentes de trascendencia artística alguna.

El hecho de haber dado escaparate a toda la expresión musical de la segunda mitad del siglo pasado, debido a los altísimos dividendos que vislumbraron los medios en ese momento y circunstancias, le salió caro al poder en términos sociales, ya que la muy buena música llevó también a una suerte de toma de conciencia sobre muchos aspectos de la vida de ese tiempo, pero sobre todo, la música que se hizo en esos días fue parte medular de movimientos sociales trascendentes, que afectaron las vidas de todos, y propició una especie de despertar social en buena parte de la población mundial, por lo que el poder no volvería a cometer ese error y no lo haría nunca más. No se trata de que la gente abra los ojos, sino todo lo contrario.

Ahora, y desde hace por lo menos tres décadas, es más sencillo manejar los “gustos” musicales de la gente: La buena música no está al alcance popular; está totalmente acotada, aunque se difunde de alguna manera con algunos destellos brillantes de talento de vez en cuando, pero el comercio mundial de la música que hoy se escucha popularmente, no está orientado a la difusión de la cultura ni al enaltecimiento y difusión del talento, sino al entretenimiento fácil, rápido, digerible y desechable, que no deja huella, que les reditúa enormes y constantes ganancias; pero que además, y esto es lo que más les importa, la difusión de música-basura no representa riesgo alguno de despertar conciencias de ningún tipo.

Por tales motivos, es muy refrescante ver, aunque sea únicamente a través de la red, a todas esas estrellas que nunca figurarán en ninguna marquesina del mundo, pero que representan el enorme talento actual, y sobre todo, que desmienten un mito que nos hemos creído por décadas: Que en el siglo pasado existió una explosión de talento que difícilmente volverá a ocurrir, cuando los hechos nos indican que la gente talentosa siempre ha existido y la seguirá habiendo.

La diferencia es que hubo un tiempo en que era relativamente fácil escuchar muy buena música popular porque los medios la difundían sin cortapisas y la promovían; y ahora la buena música está semioculta para las mayorías, y los medios se encargan alegremente de programar lo peor que puedan hallar en su pobre y mediocre repertorio de música-basura. Y todos contentos.

 
 
 

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