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Cómo aparecen en nuestras vidas "nuevos" trastornos mentales

  • Luciano Hidalgo Guerrero
  • 27 dic 2017
  • 3 Min. de lectura

Se reúnen en un congreso médicos psiquiatras de todo el mundo, principalmente de países desarrollados. Todos tienen algo en común: Están ligados a las grandes compañías farmacéuticas trasnacionales. Se presentan ponencias sobre diversos presuntos males mentales, cuya existencia los galenos aceptan que viene de tiempo atrás, pero que a su vez reconocen que no habían reparado en su “debido” tratamiento.

Después de escuchadas, las exposiciones de las ponencias (basadas únicamente en la observación personal, en una especie de visión unilateral de los defectos o fallas humanas, convertidas de repente en enfermedades recién descubiertas, que a primera vista parece absurda y hasta aberrante, cosa que se comprenderá más adelante), votan por su aceptación o por su rechazo, y es cuando aparecen los que desde hace algunos años conocemos como síndromes, lo que quiere decir sintomatología, o una lista de síntomas, que combinados conforman el síndrome.

Es tan subjetiva su concepción, que se presta de excelente manera para defraudar al público, tal como las grandes farmacéuticas lo han venido haciendo por décadas. Además, han afectado, cuando no matado, a muchos usuarios de sus medicamentos para controlar sus presuntos males mentales, porque ni siquiera experimentan la eficacia o las consecuencias del tratamiento, con todas sus medicinas incluidas, sin importarles en lo más mínimo la salud humana.

Lo que sigue es lo más interesante y lo más alarmante: Los especialistas, doctores en medicina, en vez de deliberar para iniciar una investigación para un tratamiento mental apropiado para la cura de esos “males”, recién “descubiertos casualmente” por ellos, y que realmente nadie hubiera pensado antes en que determinado comportamiento era una “enfermedad” que había que curar con medicinas (por ejemplo: antes, si un niño era inquieto, latoso y dinámico, se sabía que había que mantenerlo ocupado y bien entretenido; hoy, se trata de niños “hiperactivos”, que “requieren” tratamiento médico, principalmente farmacéutico, claro, para mantenerlos bien “tranquilos”, en calidad de zombis), no, en vez de emprender una verdadera investigación, todos ellos se encargan de cumplir con sus compromisos laborales que los llevaron ahí (siempre sitios paradisiacos y en hoteles de lujo, llenos de suculentos y exóticos manjares):

“Definir” qué medicamentos (de los existentes al momento) podrían ser candidatos para ser recomendados para la cura del nuevo síndrome. Y es aquí donde comienza el estira y afloja entre los empleados de las farmacéuticas que, como si fueran corredores de bolsa, tratan de colocar su producto como lo más atractivo y no quieren, bajo ninguna circunstancia, irse del congreso con las manos vacías. Por desgracia para las farmacéuticas de regular tamaño, el plato fuerte de marcas de medicamentos a recomendar en los “nuevos” síndromes “descubiertos”, que las trasnacionales piensan, como si fueran compañías discográficas, que son de “alto impacto social” (es decir, son lo suficientemente engañosos como para esquilmar a muchos, convirtiéndolo en un negocio redondo, seguro), ya está bien repartido entre los verdaderamente grandes (auténticos tiburones de aguas muy profundas de la medicina de patente), que son unos cuantos, sin oposición alguna en el mundo.

Una vez impuesta la lista de medicamentos que conformarán el tratamiento del síndrome en cuestión, se difunde “oficialmente” mediante sus respectivos colegios y asociaciones, para su aplicación inmediata en los casos comprobados del presunto mal. No existe ningún tipo de análisis para probar la eficacia del tratamiento ni mucho menos, ni siquiera “tienen tiempo” para eso, porque lo importante es echar a andar el nuevo negocio: Inventar (anunciar) oficialmente la “nueva” afección y por supuesto, su tratamiento, que no cura. Genial. Y entonces, todos comenzamos a oír hablar del “nuevo” síndrome “descubierto” por los doctores, y de su tratamiento. El negociazo está echado a andar.

Escucho dos cosas: El leve sonido de la fricción de las manos de los doctores, serviles al poder real; y el enorme ruido ensordecedor de los millones de cajas registradoras trabajando incansables al unísono, cuyos dueños ni siquiera están ahí para vigilarlas. Tienen gente que trabaja para proteger sus intereses, como lo hacen muy bien miles de galenos en todo el mundo. Todos son sus empleados, voluntaria o involuntariamente.

¿Y nosotros? Los tratamientos para los síndromes psicológicos a través de fármacos, suelen ser costosos y prolongados, por lo que somos parte medular del negocio únicamente como consumidores, en la medida en que caigamos en el engaño; y por otro lado, en caso de caer sin remedio en la trampa, también servimos como conejillos de indias involuntarios para que los médicos comiencen a ver los efectos de su “tratamiento”, ya una vez aplicado, para que en caso de escándalo por provocar otros males peores a los usuarios de los medicamentos, preparen de inmediato el escenario mediático para el control de daños, retiro del tratamiento y anuncio del inicio, ahora sí, de una investigación profesional y seria al respecto. Fin de la historia.

 
 
 

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