Los maravillosos canes (II)
- Luciano Hidalgo Guerrero
- 25 mar 2018
- 5 Min. de lectura
Segunda parte y última

Pero como toda historia, cualquiera que ésta sea, tiene su fin, este perrito finalmente tuvo problemas en las articulaciones y en la cadera, por lo que tuvimos a bien ayudarlo –mediante Veterinario en el lugar de los hechos– a bien morir, después de que el famosísimo, feroz a la vez que amable “Güero”, había llevado una vida de auténtico rey.
Pues jamás le faltó de comer y la ayuda de todos quienes lo rodeaban, cosa que ya quisiéramos más de dos, e hizo lo que le dictaba su naturaleza: Andar de “pata de perro” , y a la vez conservando y defendiendo territorios que se antojan bastos para un solo animal.
Pero dejando a un lado al “Güero”, a la vuelta de mi casa existió otro perrito, que se volvió entenado del edificio donde solía estar. Se trata de un can pequeño, de color café claro y raza indefinida, que invariablemente se la pasaba recostado en la banqueta, por lo que los vecinos de su edificio le llamaban “El Tapetes” y otros lo conocimos como “El Rubio”. El fenómeno de la adopción incondicional de este perro es un misterio, pues inclusive le faltaba una patita y jamás asustaría a nadie, pero eso nunca fue pretexto para flaquear.
Él, como muchos otros perros del barrio, fue apapachado por el vecindario y nunca le faltó de comer o quien se preocupara por su bienestar, de manera que “El Rubio” se la pasó muy bien y tuvo la enorme ventaja de moverse a sus anchas por casi todos lados, lo cual finalmente fue contraproducente, ya que en una de sus correrías se topó con la temible perrera y eso significó su fin. De cualquier manera podría decirse que “El Rubio” fue un animal con suerte: Todos lo querían y no sólo le daban de comer, sino que hasta le brindaban cobijo en las noches frías.
Otra historia muy distinta es por ejemplo la de los eternos acompañantes de los señores Basureros: Perros callejeros probados y diestros en cruzar sin problemas los territorios ajenos, paso obligado de los recolectores de basura. Hubo uno en especial que atrapó mi atención desde un día que le arrojé desde la ventana una deliciosa salchicha, que tuvo la franqueza de despreciar después de olisquear un poco.
Este perro era negro y tenía una que otra mancha blanca, tenía una especie de tic en una pata, pero lo más raro es que tenía los ojos de color claro y me parece que tenía uno de los dos inservible, aparte cojeaba, pero siempre demostraba una tenacidad a toda prueba: varias veces me encontré con ese can –pero sin acompañar al Basurero– en míseras y deplorables condiciones, pero siempre con esa tenacidad, esa fuerza inocultable en todo animal, que es la de la supervivencia.
El perrito de ojos claros, el cojito, el que por un momento hasta llegué a pensar ingenuamente que tal vez le quedara poco tiempo de vida, todavía anda por ahí dando vueltas, ganándose la comida diaria.
De por sí, no es nada fácil acompañar a un Basurero, pero la relación que nace entre ambos es muy intensa. Ni qué decir de todos aquellos perros que nos encontramos por las calles de todos lados; perros sin destino, sin dueño ni nadie que se ocupe de ellos, pero que a pesar de eso, ahí están, vivitos y coleando, como se diría.
Todos estos animalitos en realidad tampoco pidieron venir a poblar este planeta, pero aquí están y tienen que sobrevivir, tal como lo marca la naturaleza toda, cosa que los canes han aprendido de maravilla a través de los años. A veces siento tan enorme curiosidad por los canes, que imagino ser uno de ellos para sentirlo y saber exactamente qué hacen y cómo y en qué lugares lo hacen, para poder alimentarse y tener cobijo en noches frías y lluviosas.
Me imagino andando por un interminable número de calles, cuidándome a cada instante y utilizando todo el poder de mi olfato (el ser humano cuenta con 5 millones de células del olfato, mientras que los perros poseen 250 millones) para distinguir los territorios ajenos y cualquier rastro de alimento; sé muy bien que en cuanto al agua se refiere, no suele haber demasiados problemas para abastecerme, aunque a veces las cosas se complican, sobre todo si no llueve.

Andando por las calles de la ciudad hay que cuidarse de autos, motos y bicicletas, aparte de todos los transeúntes, porque estos muchas veces nos agreden sin motivo aparente; otros de plano se divierten haciéndonos sufrir; muchos de nosotros perecemos a diario por cualesquiera de las causas anteriores, por lo que es aconsejable no atontarse demasiado ante circunstancias difíciles.
Pero aquello de verdad invaluable en la vida de todo perro callejero es la libertad –aunque ésta aparezca limitada por los territorios ajenos, que no inviolables– con la que uno se mueve por calles y avenidas. Con los debidos cuidados se puede uno mudar de aquí para allá sin mayores problemas, habida cuenta de las agresiones, tanto humanas como caninas o de otros animales inesperados en una gran ciudad.
Otra cosa es encontrarse con una hembra en celo. Eso de verdad, además de excitante, es agotador, sobre todo cuando se la pasa uno todo el tiempo corriendo junto a la jauría que está apuntada para atender a la perrita y no le toca a uno ni una probadita.
Entonces entiendes que las perritas cachondas son detectadas por absolutamente todos los demás canes machos y piensas que eso es injusto, porque siempre te las ganan, pero te preguntas enseguida: si no fuera así, entonces ¿cómo me daría cuenta que la perrita quiere acción? Claro que en realidad no lo pensamos así, pero actuamos en consecuencia.
En fin, lo que finalmente podría opinar de nosotros los perros –voluntaria o involuntariamente– callejeros, es que llevamos una vida demasiado difícil y como no sabemos nada de controles de la natalidad ni nada de eso, ya somos muchísimos y ya ni nosotros nos aguantamos: resulta que tenemos que compartir territorios o hacerlos más pequeños gracias a la proliferación de nuestros congéneres y eso es injusto, aunque también sabemos que tenemos libertad, pero para morirnos de hambre, frío, agresiones, etcétera.
De los perros “finolis” o de “raza”, no hay mucho qué decir: Ofrecen su libertad y muchas veces el total sometimiento a su(s) amo(s), a cambio de llevar una vida confortable, con techo y comida seguros a lo largo de sus vidas. Llegan a ser muy afortunados aquellos que caen en buenas manos y de esa forma logran hacer cosas increíbles y maravillosas, contando con el debido entrenamiento y con un dueño que posee el conocimiento de lo que es un can.
Los perros, querámoslo o no, están en nuestras vidas y en muchas cosas nos parecemos a ellos o viceversa. De todas formas se trata de unos excelentes compañeros de viaje, por así decirlo, que jamás defraudarán nuestra confianza y que nos amarán como pocos seres humanos lo hacen, y decir eso de cualquier animal me parece que no es poca cosa.
Para mucha gente que los aprecia en su justa dimensión y sabe aprovechar sus habilidades, los perros son una verdadera bendición, pero para el resto de los mortales, que ignoran, o peor aún, desprecian a estos maravillosos animalitos, los canes son un auténtico desperdicio, que por supuesto obra principalmente en nuestro perjuicio. Reaccionemos y aprovechemos tanto su excelente compañía, como sus innumerables ventajas sobre nosotros, seamos justos con ellos y con nosotros mismos, amándolos y respetándolos, en vez de ignorarlos o despreciarlos.


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