top of page

Desempleo (I)

  • Luciano Hidalgo Guerrero
  • 29 mar 2018
  • 3 Min. de lectura

Se han escrito hasta la fecha infinidad de artículos sobre el tema, pero sobre todo lo que más abunda es la información respecto a las famosas estadísticas o mediciones, que finalmente convierten a este fenómeno en una simple cifra.

Yo me voy a referir en este escrito a los aspectos que casi nunca son tratados cuando se aborda el tema del desempleo, ya que pienso que éstos completarán el panorama que han ofrecido hasta ahora las cifras, nada halagüeñas por cierto. Me refiero a lo que se siente estar desempleado y su efecto en quien lo padece, y hasta dónde puede bajar la autoestima debido a la desesperación por no encontrar trabajo y por lo tanto, carecer de sustento, y la ansiedad natural que provoca este hecho, considerado ahora tan común. Las consecuencias de esta tragedia sufrida por millones de personas deberán ser objeto de profundos estudios psicológicos y sociales.

Se trata de una catástrofe a nivel social hacia la que pocos ven, más allá de lo que ofrecen las estadísticas para la medición del porcentaje de población que padece la falta de empleo, sin pensar que aunque se lograra re emplear a la mayor parte de los desempleados, habría que hacer toda una labor –que el Estado tendría que asumir– para reconstruir lo que llaman el tejido social, pues está más que probado que éste suele deteriorarse después de una crisis, llámese guerra, epidemias o desempleo a gran escala por tiempo prolongado.

Viviéndolo en carne propia se parece mucho a la muerte o inclusive a cualquier enfermedad, en el sentido de que a pesar de significar un infierno para quien la sufre, se vuelve algo completamente incomprensible para quienes no la padecen; algo muy alejado de ellos, los que cuentan con empleo. Tratar de sobrellevar la situación como desempleado no es tarea fácil ni apta para desesperados: conozco personas que han llegado a contraer diabetes o inclusive haber padecido infartos, por las tensiones constantes e intensas debidas a la ansiedad tan inmensa y prolongada, que provoca una sensación de constante impotencia, y que se hace cotidiana mientras persista la falta de trabajo.

De lo que se deduce que el desempleo por largas temporadas puede acelerar o provocar la aparición de enfermedades, mismas que tal vez hubieran tardado un poco más en aparecer o quizás no se hubieran presentado si se contara con un empleo. Veamos la pesadilla que tiene que vivir alguien, que cuenta con preparación profesional, y que trata por todos los medios de conseguir trabajo, pero a pesar de todos sus esfuerzos, no lo logra.

Sentir pena de encontrarte con amigos y vecinos porque no tienes ni en qué caerte muerto, es muy duro. Y lo es asimismo el hecho de sentirte culpable, a pesar de saber muy bien que el desempleo salvaje y brutal hoy en día, es una realidad, y que, por lo mismo, de nada sirve tener una profesión o hasta un oficio calificado. Saber y resignarse a que los veinte años de escuela y otros tantos de experiencia se fueron directamente a la cañería, no es nada gratificante, sobre todo cuando ya llegaste a los cincuenta y casi en todos lados se considera como límite de edad productiva los 35 años de edad.

Recibir con tristeza noticias de algún empleador en el sentido de que estás sobre calificado para un puesto profesional, es decir, que estás más allá de las expectativas, además de la edad, claro, casi te obliga a renegar de tu experiencia, cuando debería de ser exactamente lo contrario. Resultado: frustración a gran escala y rabia contenida. Continuará...

 
 
 

Comments


bottom of page