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Desempleo (II)

  • Luciano Hidalgo Guerrero
  • 22 abr 2018
  • 3 Min. de lectura

Si para tu mala suerte te enfermas, además de desear fervientemente que no sea nada grave, vas a saber lo que es un suplicio cuando cuentes a los que te han prestado dinero y deduzcas que ya no hay más gente a la que puedas acudir.

De tarjetas de crédito, ni hablar: hace tiempo que cancelaste la o las que tenías y las últimas que tuviste fueron de débito, con las que solías cobrar tus quincenas. Debido a todo esto, lo más seguro es que o no te atiendas o bien, que no lo hagas como debe de ser. Resultado: deterioro físico, dependiendo de la gravedad de la enfermedad, nada más.

En cuanto a las relaciones intrafamiliares, éstas suelen complicarse en muchos sentidos. Si tuviste que sacar de la escuela particular a tu(s) hijo(s), viéndolo por el lado amable tendrás compañía, aunque esto suceda solo mientras logras inscribirlos, contra su voluntad, en alguna escuela oficial. Solo que los hijos tienen que ocuparse en diversas actividades propias de su condición y edad –como ir a la escuela, estudiar y divertirse–, y si no lo hacen por la situación que viven junto contigo, el desempleado, las cosas no van a marchar muy bien, aunque esto suceda únicamente mientras ingresan de nuevo a otra escuela.

Si tienes a tus hijos en escuela oficial, de todas maneras tienes problemas para cubrir hasta los gastos más mínimos. Si tus hijos logran conseguir algún trabajo con salario miserable dada su escasa preparación, este hecho no mejorará, sino que tal vez hasta empeorará las relaciones intrafamiliares.

Observar cada mañana la cara de tristeza y desolación de tu pareja no tiene nombre. Te hace sentir aun sin decírtelo, que eres un pobre diablo, incapaz de ofrecer sustento a tu familia, o bien, apuntando hacia otro lado, que allá afuera está tan cruenta la lucha por conseguir aunque sea lo mínimo, que rebasa todos tus esfuerzos. De todas maneras el resultado es el mismo: No la haces, eres un fracaso. Eso provoca deterioro familiar y una baja considerable en la autoestima; todo lo cual tal vez se pueda corregir después, en cuanto cambie la situación.

Darte cuenta que van pasando los días, los meses, y que la situación no mejora y que te mantienes animado con destellos de oportunidades, de las que te enteras de vez en vez y llamas, mandas documentos, acudes a entrevistas y nada sucede, para que vuelvas al mismo lugar donde estabas o donde has estado desde hace meses: tu casa, es durísimo. Resultado: deterioro psicológico.

Desear que esta mañana sea la buena y que ahora sí obtengas alguna oferta de trabajo y ver que el día transcurre sin novedad y que a medida que pasan las horas, tu desesperación crece y ahora ya quieres que termine el día y tratas de matar el tiempo de cualquier forma, para acabar haciendo lo mismo que todos los días anteriores, la misma rutina del no hay nada, del qué voy a hacer ahora, es además de desesperante, completamente desquiciante, y te hunde en la desesperación, y la rabia que provoca la impotencia para conseguir el sustento para ti y los tuyos.

Hablar con todos tus conocidos del gremio, llamar a todos tus grandes amigos, casi todos ellos trabajando, para ver si existe alguna posibilidad de laborar en algún sitio, y que todos te respondan que las cosas no marchan bien, que no hay trabajo, en fin, que no hay nada, es muy difícil de asimilar con tranquilidad, además de que se requiere de una muy adecuada resistencia para recibir malas nuevas casi sin inmutarse. Resultado: abundante desgaste psicológico. Continuará...

 
 
 

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